"Pero, ¿será posible, Dios mío, que tú habites en la tierra? Si los cielos, por altos que sean, no pueden contenerte, ¡mucho menos este templo que he construido! Sin embargo, SEÑOR mi Dios, atiende a la oración y a la súplica de este siervo tuyo. Oye el clamor y la oración que hoy elevo en tu presencia." 1 Reyes 8:27-28
Dicen que "todo lo bueno viene en envase chico", ¡y es cierto! Recuerdo cuánto me gustaba encontrar regalos grandes debajo del arbolito. Sin embargo, algunos de los mejores regalos que he recibido venían en un sobre puesto entre las ramas, o en una cajita pequeña, la última en ser abierta. Seguramente nuestros padres se divertían haciéndonos este tipo de bromas.
El Rey Salomón estaba asombrado de que Dios, el Creador del universo, se dignara a habitar en un edificio en la tierra: el templo que él había construido en Jerusalén. Pero no debería haberse sorprendido. Dios ya había prometido venir en una "simiente", en un niño que habría de nacer de una mujer. Dios enviaría su mayor regalo en un paquete bien pequeño.
A todos nos gustan los regalos grandes, pero es cierto que las cosas buenas vienen en paquetes chicos. A través del muy simple acto del bautismo, usted recibió el Espíritu de Dios. A través de algo tan común como un trozo de pan y una copa de vino, Jesús promete estar con usted. Y, humilde como es, Dios dice que el cuerpo que usted tiene es el templo de Dios.
En el niño nacido en Belén, que María y José podían sostener en una mano, se resumieron todas las esperanzas del mundo. En sus pequeños hombros habrían de cargarse todos los pecados del mundo. La fe en él, aún cuando sea pequeña como un grano de mostaza, trae el mayor regalo de todos.
ORACIÓN: Grande y poderoso, majestuoso y espléndido, tú, Señor, te hiciste pequeño y pobre por mí. Jesús, permite que mis pequeños actos de fe den gran alabanza a tu nombre. Amén.
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