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Encuentro con Jesús - 21 de Septiembre


Septiembre 21

El momento supremo de la historia

1 PEDRO 2.21-24

El pecado es tan atroz a los ojos del Señor, que cuesta una vida. Sin el derramamiento de sangre, no hay perdón ni remisión del pecado (He 9.22). Dios creó un sistema de sacrificio de animales como una solución temporal al problema. El israelita llevaba un cordero sin defecto al sacerdote, ponía las manos sobre su cabeza, y confesaba su pecado. El sacerdote sacrificaba al animal, y rociaba su sangre en el altar. El israelita se marchaba purificado.

A lo largo de la historia fueron sacrificados innumerable cantidad de animales, lo que parece un gran desperdicio desde una perspectiva humana. Pero el Señor estaba dando una enseñanza eterna: Él no puede aceptar el pecado.

El Señor se opone con vehemencia al pecado por el devastador poder de éste. Basta con ver las noticias para apreciar el resultado del pecado en las personas. Trae daño y ruina. Nuestro Padre celestial no quiere que suframos esas consecuencias destructivas. Por eso, Él hizo un sacrificio definitivo al poner a Cristo en la cruz para que muriera como nuestro sustituto. Ese día, Dios condenó al pecado. Puso el peso de los pecados de la humanidad sobre los hombros del Señor Jesús, y demandó la pena de muerte de su Hijo unigénito. El sacrificio de animales caducó de inmediato, porque el Cordero de Dios tomo sobre sí mismo los pecados del mundo (Jn 1.29).

Dios consideraba tan horrible y destructivo al pecado, que para destruir su poder dio voluntariamente muerte a su propio Hijo. Por su parte, el Señor Jesús se ofreció como sustituto. Compró la victoria sobre el pecado para quienes crean en Él. Ese fue el momento supremo de la historia de la humanidad.

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