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El Camino Bíblico - 12 de Octa

 

Lea Matthew 27

En la lectura de hoy:

Judas se suicida; Jesús ante Pilato; la crucifixión, la sepultura, y la resurrección de Jesús; la Gran Comisión

La resurrección de Jesús le dio a Sus discípulos la llave para entender que Su Rey y Su Reino los dos eran eternos. «Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad (autoridad) Me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado . . . » (Mateo 28:18-20).

Cuando somos bautizados «en el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo» estamos proclamando toda la plenitud de la Deidad. Así, por el bautismo público, confesamos delante del mundo que Dios es nuestro «Padre Celestial». La frase «y del Hijo» es nuestro testimonio al mundo que Jesús es ahora el Salvador y el Señor de nuestras vidas. Sobre nuestra confesión, el «Espíritu Santo» viene a ser nuestro Santificador, Consolador, y Guía por toda una vida (Juan 14:26; 16:13). Esto confirma la Trinidad de la Deidad y proclama que el Único Dios también se expresa en Tres Personas.

El «nacer de nuevo» (Juan 3:3,7) por Su Espíritu Santo es una experiencia sobrenatural que cambia el corazón y transforma nuestro ser a una vida que alaba y sirve al Señor diariamente. Esto no quiere decir que vamos a llegar a la perfección en esta vida; pero tal y como Pedro nos insiste: «desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación» (I de Pedro 2:1-2). El Señor ha provisto sólo un Libro y Su Espíritu Santo para decirnos cómo debemos vivir y lo que Él espera que hagamos. El apóstol Pablo proclama en el libro de Tito: «(Con) toda autoridad . . . Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a Sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para Sí un pueblo propio, celoso de buenas obras» (Tito 2:11-15). Sin excepción todos nosotros a veces no cumplimos con el Señor pero, todos podemos decir juntos con el apóstol Pablo: «Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús» (Filipenses 3:13-14).

Pensamiento para hoy:

Si Dios es tu compañero debes de tener GRANDES planes.

Versículo de la semana para aprender de memoria: Mateo 7:2