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El Camino Bíblico - 6 de Febrero

 

Lea Leviticus 14:1-17

En la lectura de hoy:

La purificación después de una enfermedad de la piel; señales de la lepra; impurezas de hombres y mujeres; sacrificios para la limpieza de lo inmundo

Cuando se le llamaba a un israelita leproso, Dios dijo: « . . . el sacerdote lo declarará luego inmundo; llevará vestidos rasgados y su cabeza descubierta, y embozado pregonará: ¡Inmundo! ¡Inmundo! . . . y habitará solo; fuera del campamento . . . » (Levítico 13:44-46). Para expresar su gran dolor y humillación, esta pobre y miserable persona tenía que pasar por el campamento por última vez, gritando: ¡Inmundo! ¡Inmundo!

Cuando la lepra primeramente aparecía, no lucía como algo dañino, sólo una mancha blanca o rosada, y en su primera etapa, totalmente sin dolor. La mancha puede estar presente por meses y aun años sin desarrollarse. Con el tiempo, la lepra se desarrolla a un desfiguramiento muy extremo y repulsivo de todo el cuerpo, incluyendo unos tumores estilo esponjas que se hinchan en la cara y en la cabeza. El movimiento de las coyunturas causa sangrientas, dolorosas y profundas fisuras. Los dedos de las manos y de los pies se desfiguran y se ponen ásperos y andrajosos. Las uñas se hinchan, se enrollan y se caen. Y mientras la lepra empeora, la carne desarrolla úlceras que supuran, y la encía empieza a sangrar. Finalmente, partes de las extremidades se caen. Mientras que los años pasan, el leproso se pone delgado y débil, atormentado con diarrea, una sed insaciable, y una fiebre alta.

La lepra ilustra lo insignificante que un pecado puede parecer al principio, pero al final es espantoso, abominable, y fatal. El pecado inmediatamente nos separa de Dios, pues somos «Inmundo». Las personas que viven controladas por el pecado viven en un estado de muerte, a no ser que vengan a Cristo, se arrepientan verdaderamente, y abandonen sus pecados. Durante el ministerio de Jesucristo aquí en la tierra Él sanó a muchos leprosos, los cuales dieron testimonio de Su Deidad: «Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana» (Isaías 1:18). «Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado» (Romanos 4:8).

Antes que Jesucristo viniese, sólo se hayan dos casos escritos de leprosos que fueron sanados — María (Números 12:10-16) y Naamán de Siria (II de Reyes 5:1-14), los dos casos fueron sanados soberanamente por Dios, « . . . y la sangre de Jesucristo Su Hijo nos limpia de todo pecado» (I de Juan 1:7).

Pensamiento para hoy:

Los deseos de la carne y los deseos de los ojos nunca se pueden satisfacer.

Lectura opcional: Marcos 9

Versículo de la semana para aprender de memoria: Éxodo 20:1-3