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El Camino Bíblico - 8 de Junio


Nehemiah 7

En la lectura de hoy:

Nehemías pone a los líderes; la genealogía de los que volvieron del exilio; las Escrituras fueron leídas y explicadas; la fiesta solemne de los tabernáculos (tiendas) es observada

El más alto propósito de Dios para Su pueblo fue mucho más que la restauración del templo y los muros de Jerusalén. Estas estructuras hechas por los hombres no tenían el poder para proteger a los israelitas de sus enemigos, a menos que el pueblo supiese y obedeciese la Palabra de Dios. El idioma hebreo, en el cual «el libro de la Ley» (Nehemías 8:3) fue escrito, ya no era la lengua común del pueblo. Durante el cautiverio, ellos hablaron el arameo, porque era el idioma internacional del comercio y usado por los arameos (sirios), los persas, y los babilonios durante ese tiempo.

Después que los muros fueron terminados bajo la supervisión de Nehemías, miles de judíos se congregaban día tras día desde el salir del sol hasta el mediodía para oír a Esdras y a los levitas leer y explicar el libro de la Ley de Dios. Esto resultó en una renovación del pacto de relación de los israelitas con Dios, y la restauración de la adoración según fue escrito en la Ley de las Santas Escrituras y un gran avivamiento tomó lugar, « . . . porque todo el pueblo lloraba oyendo las Palabras de la Ley» (8:9).

La necesidad más presente hoy en día es que los creyentes lleguen a estar seriamente comprometidos en la lectura de toda la Palabra de Dios, porque ella es la que « . . . discierne los pensamientos y las intenciones del corazón» (Hebreos 4:12). Dios nos habla por medio de Su Palabra y, mientras la leemos, nuestros varios pecados de desobediencia, sean por ignorancia, omisión o comisión, son recordados en nuestras mentes. Esto nos lleva a la convicción, a la confesión, y a la limpieza (I de Juan 1:9). Entonces es que llegamos a ser « . . . hacedores de la Palabra, y no tan solamente oidores . . . » (Santiago 1:22).

Además, el estado de condenación que es el resultado de los pecados que hemos cometido ya no debe permanecer después que nos hemos confesado y arrepentido. No nos atrevemos a sacar otra vez nuestros pecados pasados ni los de otra persona que ya se han confesado; al contrario, debemos de regocijarnos de la misericordia, y el amor de Dios que nos da el perdón por medio de Jesucristo nuestro Salvador. En la parábola de nuestro Señor, el siervo que no perdonó fue entregado a los verdugos. «Así también Mi Padre Celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas» (Mateo 18:35).

Pensamiento para hoy:

Cuando obedecemos la Palabra de Dios nuestros corazones son preparados para que el Espíritu Santo pueda trabajar en y por nosotros.

Lectura opcional:

II de Corintios 10

Versículo de la semana para aprender de memoria: Salmos 1:1-2