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Con Diseño Divino - La Semana del 6 de Mayo

Con Diseño Divino

Maternidad victoriosa

De la Palabra de Dios: “La mujer que teme al Señor será sumamente alabada” (Proverbios 31:30b).

Es muy probable que nunca sepamos cómo se sintió. No sabemos casi nada de su vida, ni de su familia, apenas algo de sus antecesores y su parentesco con otra mujer protagonista, Elisabet. Tampoco de su carácter. Solo sabemos que el favor de Dios vino sobre esta jovencita. Llegó con una sorpresa enorme que cambió no solo su vida sino el resto de las vidas de la humanidad. Aunque la conocemos como María, en hebreo su nombre sería Miriam. Lo que sí está claro es que fue una mujer común y corriente, como tú y yo. La esposa de José el carpintero, la madre de Jesús, y de sus hermanos.

Madre. Ella fue madre, como muchas de nosotras.

No puedo aseverarlo con absolutos pero me inclino a pensar que Dios vio en María un corazón desinteresado. Ella entendió un secreto de la maternidad victoriosa con el que nosotras muchas veces batallamos: nuestros hijos son un préstamo y no los criamos para nosotros sino para Dios.

Sí, en teoría puede que lo pensemos pero muchas veces no es así en la práctica. En ocasiones los criamos para ver realizados en ellos los sueños que no pudimos cumplir. La alumna súper involucrada en la escuela. La bailarina que no fuimos. El futbolista admirado. El médico brillante… Y se nos olvida que ahora se trata de formar a una nueva persona que vivirá sus propias experiencias, que tendrá sus propios sueños. ¿Y nuestro papel? Ayudarles a volar alto, tan alto que estén bien cerca del corazón de Dios y sus propósitos para la vida de este tesoro que ha puesto a nuestro cuidado, un hijo o una hija.

María entendió que al criar a Jesús tenía que hacerlo sin pretensiones algunas de tener un hijo “para siempre”. Algún día él se iría de casa. Algún día comenzaría a cumplir la misión para la cual estaba puesto en la Tierra. ¿Cuántas veces tendría que recordarse a sí misma que este hijo aunque estuvo en su vientre no le pertenecía? No lo sé, pero estoy segura de que aquel día, cuando en el templo él le recordó cuál era su prioridad, quedó grabado en la mente de esta madre: “en los asuntos de mi Padre tengo que estar”. Y sucede lo mismo con cada uno de nuestros hijos. Dios les dio vida para un día, a través de ellos, hacer algo que le glorifique. Tú, yo, nuestros hijos, hemos sido creados para alabanza de su gloria. ¿Nuestro rol? Prepararles para que desde pequeños sepan que hay algo más que un título universitario, que una familia exitosa, que una casa grande o una placa a la entrada de la oficina. ¡Hay algo más! Los negocios de nuestro Padre. Tú y yo como madre tenemos la responsabilidad de instruirles en esa verdad.

Sí, se nos olvida que Jesús era hombre y divino, pero María no. Ella fue una mujer completamente humana que soportó un dolor profundo al verle burlado, golpeado casi hasta la muerte, crucificado desnudo junto a delincuentes, escoria de la sociedad. Pero, aunque tampoco la Biblia nos dice nada al respecto, igual estoy convencida de que el Dios de toda consolación, él que la llamó a la tarea de criar a aquel niño especial, fue su Consolador en aquel momento de dolor que no puede describirse con palabras. ¿Por qué te digo esto? Porque tal vez como madre estás pasando por momentos semejantes, de dolor profundo, por la pérdida de un hijo, porque se ha descarriado, porque está enfermo… Deja que aquel mismo Consolador que abrazó a María frente a la cruz te abrace a ti hoy. Permítele recordarte que incluso en medio de esa oscuridad, como la que la rodeó a ella aquel día, él sigue siendo tu luz.

No, no adoramos a María. Adoramos al Dios que escogió a esta joven mujer de Nazaret para la tarea de madre, él mismo que nos escogió a ti y a mí. Pero sí podemos aprender de su vida. No fue perfecta, te lo garantizo. Pero vivió rendida a Dios y la propia Biblia nos enseña que cuando ya Jesús no estaba, María siguió adelante, junto a los demás apóstoles, otras mujeres y los hermanos de Jesús, a la espera de la promesa que su hijo les había hecho (Hechos 1:14), el Espíritu Santo. ¿Por qué? Porque aunque amaba mucho a su hijo, amaba todavía más al Dios que se lo dio.

En esta semana, mientras meditamos en nuestro rol de madres, pidámosle al Señor un corazón así. Rendido a él. Conscientes de que nuestros hijos no nos pertenecen realmente y que les criamos para Dios, para que su divino propósito se cumpla en sus vidas, y para que a través de ellos él sea glorificado.

Te aseguro que cuando lo hagamos de esta manera habremos entendido de qué se trata realmente ser mamá como Dios lo diseñó.

Wendy

Para aprender más sobre el diseño divino de Dios, te invito a visitarme en wendybello.com

© 2015 Wendy Bello

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