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Encuentro con Jesús - 26 de Marzo


Marzo 26

Salmo 150 

El Señor nos ha hecho un pueblo especial para que podamos cumplir con un propósito especial. Isaías 43.21 dice: "Este pueblo he creado para mí; mis alabanzas publicará". Una parte integral de la adoración al Señor es proclamar su grandeza.

Alabar a nuestro Padre celestial es aplaudirlo por ser quién es, y por lo que ha hecho. Esto implica la liberación de nuestras emociones para expresar la adoración abierta y confiada al Señor. Cuando alguien ama a otra persona, la respuesta más natural es hablar bien de ella. De la misma manera, quienes aman a Cristo descubren que la alabanza viene con facilidad a sus labios.

Alabar al Señor es bueno para nosotros. En nuestra sociedad egoísta, las personas están interesadas primordialmente en satisfacer sus necesidades. Por desgracia, esta misma actitud se ha infiltrado en algunas iglesias. Pero Dios no quiere que vengamos a la iglesia pensando sólo en nosotros mismos. La alabanza levanta nuestros ojos a Cristo y llena nuestros corazones con el contentamiento que se nos escapa cuando nos centramos exclusivamente en nuestras necesidades y problemas personales.

Aunque la alabanza y la adoración están asociadas, por lo general, con los servicios de la iglesia, ellas deben caracterizarnos a nosotros en dondequiera que estemos. Algunas de las experiencias más íntimas y preciosas de la adoración pueden ocurrir en los momentos pasados a solas con Dios.

Si usted encuentra que su alabanza carece de vitalidad, dígale al Señor que quiere aprender a alabarlo con todo el corazón. Enfocarse en la adoración es la clave. Recuerde cómo ha cuidado Dios de usted, y dígale después lo grande que es Él. Si usted encuentra que su alabanza carece de vitalidad, dígale al Señor que quiere aprender a alabarlo con todo el corazón.

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