Mayo 8-9, 2010
Ana experimentó mucho sufrimiento antes del nacimiento de su hijo Samuel. Pero en ese período de dificultad que vivió, demostró tener gran amor a Dios, y dependencia de él por medio de la oración.
Samuel tuvo una madre que amaba mucho al Señor. En realidad, Ana se veía a sí misma como una sierva de Dios cuya vida estaba a su servicio (1 S 1.11). Incluso cuando su dolor era abrumador, reconoció lo importante que era él para ella, y fue un modelo de vida piadosa.
Tenemos el mandamiento de amar al Señor con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerzas (Mr 12.30), y de darle el primer lugar en nuestra vida (Dt 5.7). Si amamos a Dios, tendremos cuidado de que nuestros hijos le conozcan y entiendan la importancia de tener una relación con él por medio de Cristo. Nuestras vidas, aun con defectos, revelarán el poder transformador del Espíritu Santo.
Samuel fue bienaventurado porque Ana era una mujer de oración. Su primera petición registrada se originó de su desdicha, mientras que la segunda brotó de un corazón regocijado por la respuesta del Señor a su lamento. Una madre que ora, da alta prioridad a presentar a Dios las necesidades de sus hijos. Recuerdo que mi madre se arrodillaba a mi lado junto a la cama para orar. Aún puedo recordar las frases que utilizaba, y las cosas que le decía a Dios.
Los hijos necesitan padres fieles que, 1) les demuestren amor a ellos y a Dios, y 2) que los ayuden a experimentar el poder y el gozo de la oración (Stg 5.16). Aun uno de los padres puede hacer una gran contribución cuando Cristo es el centro del hogar.Los hijos necesitan padres fieles que, les demuestren amor a ellos y a Dios, y que los ayuden a experimentar el poder y el gozo de la oración.
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