Noviembre 8, 2010
Los niños parecen tener un oído especial cuando se trata de las voces de sus padres. Reconocen cuando su madre o su padre están hablando, sin importar cuántas personas estén presentes.
Asimismo, el Señor Jesús nos asegura que podremos distinguir su voz entre los insistentes gritos y las opiniones conflictivas del mundo en que vivimos (Jn 10.27). Él promete que seremos capaces de "escuchar" su voz, a pesar de que Él no habla con palabras audibles; una de las razones es porque Él nos ha dado su Santo Espíritu, que sabe exactamente lo que Cristo está diciendo, y por tanto nos dará la sabiduría que necesitamos para entender.
¿Ha notado usted alguna vez la manera como algunos niños fingen no oír a sus padres para no tener que obedecerles? A veces podemos parecernos a ellos; podemos dejar de reconocer la dirección de Dios por nuestro egocentrismo. Nos concentramos en lo que queremos, e ignoramos cualquier orden contraria a nuestros deseos.
Hay otro obstáculo para escuchar al Señor: la impaciencia. Al igual que la cultura en que vivimos, queremos las respuestas de manera inmediata. Esta tendencia puede llevarnos a escuchar a la persona equivocada. Renunciar a nuestros deseos personales y fijar nuestra atención en lo que importa a Dios, nos facilitará discernir su voz.
Cuando Pedro se guió por sus propias ideas, se topó con dificultades. Pero cuando dejó de hacerlo y escuchó al Señor Jesús, se convirtió en un discípulo a quien Cristo pudo confiar la obra del reino (Jn 21.17). ¿Ha aprendido usted a distinguir la voz del Señor de entre el ruido a su alrededor? ¿Ha aprendido usted a distinguir la voz del Señor de entre el ruido a su alrededor?
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