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Encuentro con Jesús - 29 de Noviembre, 2010

Noviembre 29, 2010

2 Corintios 9.8-11 

La fe y las obras van de la mano. El cristiano es alguien a quien Cristo usa para realizar su obra en la tierra. Por tanto, servir a Dios es más que simplemente hacer algo; trabajar para el Señor define también lo que somos.

Después de unirse a la familia de Dios, los creyentes se reconocen por su fruto, que incluye el servicio que hacen para Él y para los demás. De hecho, el Señor rescata a las personas del pecado para que puedan hacer la obra que Él se ha propuesto (Ef 2.10). Se ha dicho con frecuencia que somos las manos y los pies de Dios en este mundo.

El mismo Padre que nos llama a trabajar en su nombre, da también los recursos necesarios. Como dijo Pablo, el Señor hace que sus hijos sean ricos en gracia, para que abunden para toda buena obra (2 Co 9.8). Además, somos equipados con su Palabra y fortalecidos y guiados por su Santo Espíritu (2 Ti 3.16, 17). De estas fuentes, los cristianos aprenden a relacionarse con otros, para poder ayudarles, estimularles y responder a sus necesidades.

Que quede claro que las obras no tienen nada que ver con la salvación. Somos salvos por gracia solo por medio del sacrificio de Cristo en la cruz. Después que eso sucede, el creyente está motivado para hacer el bien en el nombre del Señor, para agradarle a Él.

Estamos llamados a exteriorizar nuestra fe cada día. Dios obra a través de nosotros para alcanzar a quienes, de otra manera, es posible que nunca lean la Biblia o entren a una iglesia. Es más, el Señor toma prestada nuestra voz para contar su historia, y usa nuestra vida para demostrar su gracia y su gloria. Las buenas acciones son la obra de amor del creyente. El Señor toma prestada nuestra voz para contar su historia, y usa nuestra vida para demostrar su gracia y su gloria. 

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