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Encuentro con Jesús - 30 de Noviembre, 2010

Noviembre 30, 2010

Mateo 5.14-16 

Dios presenta a sus hijos al mundo como una ciudad sobre un monte (Mt 5.14). La luz de una gran metrópolis puede verse desde varias millas de distancia. Asimismo, los creyentes debemos "brillar" de tal manera que los demás vean nuestras buenas obras y glorifiquen a Dios.

La "luz de la fe" del cristiano es evidente por medio de sus obras. Necesitamos compañeros de trabajo, amigos y otros en nuestra esfera de influencia que adviertan nuestra manera de vivir. ¿Por qué razón? Porque una vez que vean que no estamos buscando a toda costa ser los primeros, querrán saber por qué. Y será allí cuando comiencen a sacar conclusiones, con pensamientos como: "ayuda a los demás aun cuando es difícil hacerlo… dice que hace esto porque es cristiano… su Dios debe ser digno y bueno".

Cuantas más personas nos vean hacer buenas obras, más gloria recibirá el Señor, quien es el autor de nuestro servicio.

Sin embargo, para balancear la orden de brillar, el Señor dio una advertencia en Mateo 6.1: "Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos". Es decir, hay que tener cuidado con la motivación. Si hacemos las cosas para recibir elogios o la atención de los demás, perderemos nuestra recompensa celestial. Ese fugaz reconocimiento del mundo es todo lo que recibiremos por nuestros esfuerzos.

Los creyentes están aquí para dirigir a los demás al Señor que sirven. Somos un reflejo de su luz y de su gloria. Él no solo nos da la oportunidad de brillar, sino también el aliento y los dones para trabajar en favor del reino. Por más brillantes que podamos ser, no lo somos sin tener en cuenta al Señor. Dios no solo nos da la oportunidad de brillar, sino también el aliento y los dones para trabajar en favor del reino. 

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