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El Camino Bíblico - 8 de Agosto

 

Lea Isaiah 38

En la lectura de hoy:

La vida de Ezequías es alargada; el cautiverio en Babilonia es predicho; el consuelo del pueblo de Dios; la canción de la alabanza al Señor

Unos trece años habían pasado desde que Isaías le había traído a Ezequías, el rey de Judá, las buenas nuevas que la pequeña nación de Judá iba a ser salvada milagrosamente de los «invencibles» ejércitos del imperio de Asiria.

Con un lamento intenso: « . . . volvió Ezequías su rostro a la pared, e hizo oración a Jehová, y dijo: Oh Jehová, te ruego que Te acuerdes ahora que he andado delante de Ti en verdad y con íntegro corazón, y que he hecho lo que ha sido agradable delante de Tus ojos. Y lloró Ezequías con gran lloro» (Isaías 38:2-3). Cuando Ezequías dijo que él había vivido delante del Señor «en verdad y con íntegro corazón» (ver 38:17), quiso decir que él había servido al Señor fielmente y no se había desviado de los mandamientos del Señor.

Isaías oyó la voz de Dios decir: «Ve y di a Ezequías: Jehová Dios de David tu padre dice así: He oído tu oración, y visto tus lágrimas; he aquí que Yo añado a tus días quince años» (38:5). Las lágrimas y las oraciones de Ezequías reflejan más de 40 años de su vida en fidelidad al Señor.

Nunca debemos de dejar de orar, ni aun cuando nuestras circunstancias parezcan desesperadas. Sin embargo, esto no quiere decir que Dios siempre contesta cada oración en la manera que queremos o según nuestro propio horario.

Por razón de que a veces no llegamos a cumplir con nuestro deseo de ser como Jesús, muchas personas ven que es más fácil aceptar la condenación de Satanás que trata de hacernos pensar en que no somos dignos de que Dios conteste nuestras oraciones. Aunque es correcto evaluar nuestras faltas y confesar nuestros pecados, cuando reconocemos lo bueno en nuestras vidas, tal y como Ezequías lo hizo, esto también engrandece la gloria de Dios. Nosotros también podemos recordarle al Señor sobre nuestros esfuerzos sinceros para vivir una vida que honra a Dios, la cual se produce solo por medio de la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas.

Dios, nuestro Salvador, « . . . nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por Su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo» (Tito 3:5).

Pensamiento para hoy:

Si confiamos en algo o en alguien que no sea el Señor para la salvación eterna nos engañamos y esto resultará en la muerte eterna.

Lectura opcional: Santiago 3

Versículo de la semana para aprender de memoria:

II de Timoteo 3:1