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El Camino Bíblico - 7 de Octa

 

Lea Matthew 15

En la lectura de hoy:

Los escribas y los fariseos son reprendidos; 4.000 son alimentados; la levadura; la confesión de Pedro; la transfiguración de Jesús; la falta de fe de los discípulos

Cesarea de Filipo era el famoso lugar de «Pan», el dios griego representativo de todos los dioses del paganismo como también del dios Baal, considerado como «el dueño del cielo y de la tierra». La ciudad estaba situada a unos 40 kilómetros al norte del Mar de Galilea, al pie del lado sur de los montes del Hebrón, con su cumbre llena de nieve a unos 9.000 pies sobre el nivel del agua, la «montaña más alta» en la tierra prometida (Mateo 17:1). Muchos eruditos creen que la transfiguración de Jesús se realizó aquí.

En medio de un gran número de idólatras, Jesús les preguntó a Sus discípulos: « . . . ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?» En respuesta a Su pregunta, «Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas». Pero cuando Él les dijo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo?», sin vacilar, Simón Pedro le dijo: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios Viviente» (16:13-16).

Nuestro Señor entonces introdujo las palabras «Mi iglesia» por primera vez (16:18). Una «iglesia», es una comunidad de personas que son hermanos y hermanas que se cuidan en compañerismo los unos con los otros y con Jesucristo quien es «la Cabeza del cuerpo que es la iglesia». La iglesia está compuesta de personas redimidas por Su sangre y comprometidas a Jesucristo como su Salvador y Señor bajo la disciplina de la Palabra de Dios. Ellos reconocen su responsabilidad de ayudarse los unos a los otros en vivir en pacto de relación con Cristo sabiendo que la iglesia es el Cuerpo de Cristo «Vosotros, pues, sois el Cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular» (I de Corintios 12:27).

Aunque parece muy extraño, algunos de los seguidores de Jesucristo se descuidan de su responsabilidad del compañerismo con otros creyentes cada domingo para celebrar el día del Señor. Sin ellos saberlo, su influencia espiritual con su propia familia llega a ser débil e ineficaz. Aun peor, ellos profanan el día del Señor con sus placeres egoístas.

En una comparación sorprendente, «Cristo amó a la iglesia, y se entregó a Sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la Palabra, a fin de presentársela a Sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha» (Efesios 5:25-27; ver I de Corintios 1:10).

Pensamiento para hoy:

Nuestra adoración nunca es en vano cuando adoramos a nuestro Señor Jesucristo como Dios.

Versículo de la semana para aprender de memoria: Mateo 7:1