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Conexión Vertical - 28 de Agosto

"El silencio que no entiendo"

Oh Dios, no guardes silencio; no calles, oh Dios, ni te estés quieto. - Salmo 83:1
 
El silencio, muchas veces suele descolocarnos, seguramente te ha pasado de tener que compartir unos breves instantes con una persona en un elevador y casi instantáneamente comienzas a sentirte incómodo ante el silencio que se genera.
 
O tal vez en una reunión de cualquier tipo, de pronto se produce un silencio, y los participantes comienzan a mirarse entre sí, generando una situación de incomodidad. Que decir cuando nos toca mantener un diálogo con una persona que solo contesta con monosílabos y no parece muy interesado en proponer una conversación, al cabo de un tiempo, puede que nos sintamos descolocados y nos vayamos con una concepto negativo de esa persona.
 
Hasta pasa en las iglesias, cuando el pastor pide un video o fotos o una canción, que quiere compartir con congregación y no sale a tiempo, siempre alguien
trata de tapar ese silencio con alguna expresión.
 
Pareciera que el silencio incomoda y molesta y hasta puede interpretarse como una señal de agresividad. Por ejemplo cuando se utiliza como un arma de castigo o de disciplina. El padre está enojado con el hijo, por algo que lo ofendió, entonces decide no hablarle por algunos días. Le aplica un trato frío e indiferente a través del silencio.
 
Cuando esto sucede en reuniones, como mencionaba anteriormente, hay personas que se sienten en la obligación de cubrir un silencio, con una broma o repentinamente toman la palabra, como si esto fuera su responsabilidad.
 
Aún en la oración, pareciera que aprendimos a asumir el silencio como algo negativo, ya que en muchos casos, nuestra oración consiste solo en hablar, tenemos toda una lista de pedidos, agradecimientos y demás, pero generalmente hay dificultad para pasar tiempo en silencio y escuchar la voz de Dios.
 
Y hablando de silencios, uno de los que mas nos descoloca, es el silencio de Dios, cuantas veces la falta de respuesta, nos llenan de preguntas y tratamos de buscar una explicación. ¿Será que estoy haciendo algo mal?, ¿ o quizás Dios esté enojado conmigo? O simplemente El ya no me escucha, entonces qué sentido tiene seguir orando y se abandona la oración.
 
En realidad, y aunque todos estos pensamientos son habituales, tenemos que pensar que el silencio de Dios, no tiene que ver con enojos, ni con algo malo que hayamos hecho y  tampoco con algo que dejamos de hacer. Muchas veces, simplemente nos está tratando de llevar a un nuevo nivel de búsqueda de su presencia.
 
Suele suceder que con el correr de los años de la vida cristiana, tal vez la rutina, las presiones, las heridas, van apagando el fuego. A veces el silencio de Dios lo que logra es que volvamos a buscar con la intensidad que lo hacíamos en otros tiempos. Seguramente hay un nuevo nivel donde te quiere llevar, pero no puedes ir con lo mismo de ayer, necesitas estar preparado.
 
Te animo a que vuelvas a pensar en el silencio de Dios, si este fuera tu caso, no como algo negativo, no como  un trato indiferente de parte de El, sino como un proceso, o una oportunidad en la cual, se despierta un nuevo hambre espiritual en tu vida,  se renueva la oración y finalmente recibes una promoción espiritual, un nuevo nivel donde El te quiere llevar.
 
No luches, no te enojes, sube al próximo escalón.
 
Daniel Zangaro
Director RDS

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