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Alimento Diario - 26 de Diciembre

  

Humilde majestad

Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. - Juan 1:14

Ese era el plan de Dios desde el principio: Jesús había sido engendrado desde la eternidad. “Porque de tal manera Dios amó tanto al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito” (Juan 3:16).

Del esplendor celestial a la humildad del pesebre. De la luz, a la oscuridad. De ser el centro de devoción y alabanza de sus ángeles, a ser motivo de odio y rechazo de su propio pueblo. De estar protegido por la mano del Dios todopoderoso, a ser sostenido por las manos inexpertas de una humilde joven virgen. La suprema majestad se hizo carne, viniendo al mundo para redimir al mundo.

De la misma naturaleza del Padre y, sin embargo, nacido de una mujer. El Creador del cielo y de la tierra vino a nacer en la tierra bajo el cielo. El omnisciente, el que ‘todo lo sabe’, tuvo que crecer en conocimiento y sabiduría. El que gobierna las estrellas tuvo que dormir bajo las ellas. Verdadero hombre y verdadero Dios. Tan grande como Dios, y tan pequeño como el más pequeño de los siervos.

Jesús, humilde majestad envuelta en pañales, dejó el corazón del Padre para nacer en el seno de la humanidad. Jesús, humilde majestad merecedora de honor, poder, gloria y alabanza. Jesús, humilde majestad, a pesar de vivir una vida completamente limpia de pecado, estuvo dispuesto a sufrir por nosotros y a cargar con la culpa de nuestros pecados, para poder llevarnos con él a la eternidad. ¡Jesús, humilde majestad, nuestro Señor y Salvador!

ORACIÓN: Señor Jesús, en tu humilde majestad ven y habita en nuestros corazones para siempre. Amén.

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