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El deseo de Dios de encontrarse con el hombre: la mujer sorprendida en adulterio - Primeros15 - 28 de Septiembre


Tema de la Semana: El Deseo de Dios de Encontrarse con el Hombre

A lo largo de la Biblia vemos innumerables ejemplos de Dios encontrándose con el hombre e innumerables vidas siendo transformadas como resultado de esto. Estos ejemplos se encuentran en las Escrituras para estimular nuestra fe y para llenarnos con el deseo de encontrarnos con nuestro Creador. Cuando leemos acerca de la vida de David, debemos llenarnos de deseos de vivir como él, centrados en encontrarnos con nuestro Padre celestial. Cuando leemos acerca de Gedeón o Moisés, debemos anhelar conocer a nuestro Dios como ellos lo hicieron. Cuando leemos acerca de Jesús viniendo por nosotros o lo que sintió por la mujer sorprendida en adulterio, debemos responder buscando generar encuentros con nuestro Salvador. Cuando leemos acerca de Pentecostés y de la segunda venida de Jesús, debemos buscar la plenitud de la presencia de Dios que está disponible para nosotros en esta tierra como una preparación para la era venidera. Que esta semana tu corazón se llene de un sincero deseo de seguir encontrándote con Dios.

El deseo de Dios de encontrarse con el hombre: la mujer sorprendida en adulterio

Pasaje Bíblico:“Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Juan 8:7

Devocional:

La historia de la mujer sorprendida en adulterio es una de las representaciones más poderosas del deseo de Dios de encontrarse con el hombre en medio del pecado y mostrar su gracia. La Biblia dice:

“Al amanecer se presentó de nuevo en el templo. Toda la gente se le acercó, y él se sentó a enseñarles. Los maestros de la ley y los fariseos llevaron entonces a una mujer sorprendida en adulterio, y poniéndola en medio del grupo le dijeron a Jesús: ‘Maestro, a esta mujer se le ha sorprendido en el acto mismo de adulterio. En la ley Moisés nos ordenó apedrear a tales mujeres. ¿Tú qué dices?’. Con esta pregunta le estaban tendiendo una trampa, para tener de qué acusarlo. Pero Jesús se inclinó y con el dedo comenzó a escribir en el suelo. Y, como ellos lo acosaban a preguntas, Jesús se incorporó y les dijo: ‘Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra’. E inclinándose de nuevo, siguió escribiendo en el suelo. Al oír esto, se fueron retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos, hasta dejar a Jesús solo con la mujer, que aún seguía allí. Entonces él se incorporó y le preguntó: ‘Mujer, ¿dónde están? ¿Ya nadie te condena?’. ‘Nadie, Señor’. ‘Tampoco yo te condeno. Ahora vete, y no vuelvas a pecar’”. Juan 8:2-11

Cuando me encuentro en medio del pecado mi primer instinto es huir de Dios. Por alguna razón, parece que tenemos esta creencia de que Dios es como nosotros: que nos ama como nos amamos a nosotros mismos. Entonces supongo que está más avergonzado de mí que yo mismo. Supongo que se ha distanciado de mí por mi pecado. Asumo que esta vez no puede estar cerca de mí o que su gracia seguramente no es lo suficientemente fuerte para mi pecado. Pero lo que hizo Jesús con la mujer sorprendida en adulterio destruye completamente mis percepciones mundanas acerca de su gracia.

Imagina el miedo que siente esta mujer. Imagina la horrible vergüenza y humillación que siente al verse atrapada en el acto de un pecado terrible y ser arrastrada ante Jesús, Dios encarnado. Ponte en su lugar. Siente las miradas penetrantes de los espectadores. Escucha los terribles juicios que te lanzan esos líderes religiosos.

Ahora imagina a Jesús parado frente a ti, dibujando en la arena como lo hizo ese día. Imagina lo que te diría por tu pecado. Él no parece sorprendido, no parece preocupado, ni siquiera te juzga. En cambio, te muestra la plenitud de su gracia por tu pecado.

Dios anhela deshacer todas las mentiras que el acusador te dijo. Anhela que todos los juicios que dijiste sobre ti mismo y los que otros han dicho sobre ti huyan a la luz de su poderosa gracia. Jesús está hoy ante ti con las manos perforadas por los clavos, habiendo pagado el precio completo por cada uno de tus pecados. Él, por su amor y gracia, está listo para darte el poder de que te vayas y “no vuelvas a pecar”. Recibe su amor. Permite que te encuentre en medio de tu pecado. Corre a sus brazos en lugar de alejarte de él, y vive con poder para experimentar la plenitud de su presencia y la total libertad del pecado.

Guía de Oración:

1. Medita en el deseo de Dios de encontrarnos en nuestro pecado, tal como se muestra a través de la mujer sorprendida en adulterio.

“Al amanecer se presentó de nuevo en el templo. Toda la gente se le acercó, y él se sentó a enseñarles. Los maestros de la ley y los fariseos llevaron entonces a una mujer sorprendida en adulterio, y poniéndola en medio del grupo le dijeron a Jesús: ‘Maestro, a esta mujer se le ha sorprendido en el acto mismo de adulterio. En la ley Moisés nos ordenó apedrear a tales mujeres. ¿Tú qué dices?’. Con esta pregunta le estaban tendiendo una trampa, para tener de qué acusarlo. Pero Jesús se inclinó y con el dedo comenzó a escribir en el suelo. Y, como ellos lo acosaban a preguntas, Jesús se incorporó y les dijo: ‘Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra’. E inclinándose de nuevo, siguió escribiendo en el suelo. Al oír esto, se fueron retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos, hasta dejar a Jesús solo con la mujer, que aún seguía allí. Entonces él se incorporó y le preguntó: ‘Mujer, ¿dónde están? ¿Ya nadie te condena?’. ‘Nadie, Señor’. ‘Tampoco yo te condeno. Ahora vete, y no vuelvas a pecar’”. Juan 8:2-11

2. ¿Qué áreas de tu corazón le estás cerrando a Dios como resultado de tu pecado? ¿Dónde sientes que no puedes ser amado? ¿En qué aspectos las mentiras y acusaciones hicieron que te alejaras de Dios en lugar de correr hacia él?

“Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús”. Romanos 8:1

3. Tómate un tiempo para recibir la gracia, el perdón y el amor de tu Padre celestial. Confiésale tu pecado y descansa en su amorosa presencia. Sé lleno del poder de su gracia para que puedas caminar en libertad.

“Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad”. 1 Juan 1:9

Que 1 Juan 2:1-2 te llene de fe para correr hacia Jesús con tu pecado en lugar de alejarte de él con vergüenza o juicio:

“Mis queridos hijos, les escribo estas cosas para que no pequen. Pero, si alguno peca, tenemos ante el Padre a un intercesor, a Jesucristo, el Justo. Él es el sacrificio por el perdón de nuestros pecados, y no solo por los nuestros, sino por los de todo el mundo”.

Lectura Complementaria: Romanos 8

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