Felicidad verdadera
Vale más pasar un día en tus atrios que mil fuera de ellos; prefiero cuidar la entrada de la casa de mi Dios que habitar entre los impíos. (Salmos 84:10)
Hace unos años, un pastor jubilado me contó cómo eran las cosas en la época de la depresión en los Estados Unidos.
A pesar de haber sido una época muy dura, él guardaba un recuerdo especial. Me contó que había conocido a un hombre quien, sin proponérselo ni hacer nada para merecerlo, se había convertido en vagabundo. Un día, ese hombre llegó a su casa ofreciéndose a trabajar por un plato de comida caliente.
Era un buen trato, y el hombre no sólo cumplió con lo que se le había encargado, sino que lo hizo todo con alegría.
Al sentarse a la mesa para cenar, el pastor le preguntó: "¿No sería más feliz si fuera rico?" El hombre contestó: "No, señor, ninguno de los hombres ricos para los cuales he trabajado sonreía".
La razón de esta historia no es alentarles a que sean pobres. El tener muy poco dinero puede ser tan malo como tener mucho. No, lo que quiero es que consideren la idea que el dinero no siempre trae felicidad. En realidad, el dinero no es más que algo que puede ser usado tanto para bien como para mal.
La verdadera felicidad, la que permanece más allá de nuestra situación, es la que viene del Salvador. Me complace decir que muchos, una gran mayoría de los cristianos, están firmemente convencidos que la presencia del señor Jesús ha cambiado totalmente su perspectiva y forma de ver la vida.
¿Cómo podría ser de otra forma? Quienes estaban condenados y perdidos, ahora son perdonados y han sido bendecidos con paz permanente y la promesa de vida eterna en el cielo.
ORACIÓN: Amado Jesús, te doy gracias por recordarme que tu amor y presencia en mi vida son mucho más valiosos que el dinero y las cosas materiales. Ayúdame a permanecer cerca de ti, amado Señor, y permíteme disfrutar de tu amistad. En tu nombre. Amén.
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